El análisis de una noticia sobre un crimen renueva la preocupación acerca del tratamiento de los datos disponibles sobre la mujer víctima.
Hasta el 15 de mayo, este año ha habido en España 18 crímenes
machistas. Esta cifra demuestra la dimensión del problema y la necesidad
de que se esté en alerta perpetua para combatirlo. Uno de ellos se
produjo recientemente en Elche. La noticia de este diario sobre el mismo
provocó el envío de una carta de queja por el tratamiento informativo.
Recibí decenas de copias de la misma. La semana pasada reproduje la
carta en el blog, la respuesta del responsable de la edición valenciana y
añadí varias consideraciones. Desde entonces he recibido cartas a
propósito de las mismas. Unas, agradeciéndolas y, otras, criticando que
no hiciera una impugnación íntegra de la información.
La noticia tachaba lo sucedido de violencia machista, uno de los términos que adopta el Libro de estilo
frente a expresiones como “violencia de género”. Incluía
manifestaciones de mujeres, particularmente en la edición digital,
alertando sobre la necesidad de no bajar la guardia frente a esta lacra
social. Este defensor criticó la alusión hipotética a que la fallecida
tuviera otras relaciones sentimentales porque podía tener una lectura
atenuante del crimen, el agravio comparativo entre la descripción del
pasado de la víctima y del agresor, y el acudir a vecinos, un recurso
cuya pobre fiabilidad —ya que se desconoce el carácter de su relación
con los aludidos— es recomendable no utilizar, a menos que pueda
comprobarse su testimonio. Por otra parte, coincidía con los
responsables de la edición en que, con la mención a otros aspectos de la
vida de la mujer, así como la descripción de que la pareja vivía
realquilada, no se pretendía introducir ninguna causalidad o comprensión
sobre la actuación del agresor, sino reflejar la condición de víctima
social de la persona asesinada. La carta original consideraba que las
menciones sobre el supuesto pasado de la mujer —prostitución,
drogadicción— “solo contribuyen a restar credibilidad a la víctima y,
por ende, a todas las mujeres víctimas de violencia de género”. Este ha
sido uno de los puntos del debate posterior. Un lector, Ferran Isabel,
considera que se ponía más énfasis en el pasado de la mujer asesinada
que en el hecho del asesinato. Otras cartas afirman que este pasado
debía haberse silenciado.
El tratamiento de la violencia sexista en los medios ha mejorado en
los últimos años y así lo reconocen estudios como el presentado en el
Congreso Internacional de Comunicación y Género celebrado en marzo en
Sevilla. Una ponencia de Mavi Carrasco, Marta Corcoy, Montserrat Puig y
Elena Riera en el mismo así lo afirma. El trabajo sobre una muestra de
cinco diarios, entre ellos este, considera, sin embargo, que todavía hay
carencias en el tratamiento del contexto que “ayude a reflexionar sobre
la magnitud de este gran problema social”. Un dato: cuando se cita la
fuente, un 70% es institucional, judicial o policial. Y un 42% trabaja
con una única fuente. Ello puede suponer un aprisionamiento informativo
para el periodista que se enfrenta a dificultades para el contraste de
fuentes en las horas siguientes al crimen. El Consejo del Audiovisual
Catalán (CAC) en su estudio de 2011 también refleja una mejora en la
calidad del tratamiento aunque, afirma, persisten problemas. “Las
relaciones causa-efecto, vinculadas al origen o a las circunstancias
personales de las personas implicadas, continúan estando presentes”.
De entrada, está claro que es necesario que la información sobre
estos crímenes exista. El año pasado, las organizaciones de mujeres
criticaron una sugerencia del Gobierno socialista para que las
televisiones redujeran el minutado de estas noticias por temor a un
supuesto efecto emulador. La reacción a esta propuesta sostuvo, con
razón, que ocultar el problema favorecería que pasara inadvertido. Y
negaba que se diera este efecto mimético. El origen de este tipo de
crímenes, replicaban, está en la ideología patriarcal instalada. Una
lectora, María Dolors Renau, destaca en su carta la necesidad de
intensificar el combate contra esta vergüenza “y las raíces culturales y
educativas que la provocan”. El Libro de estilo de este diario
contempla el peligro de emulación únicamente en los casos de suicidio y
falsos avisos de bomba.
Dolors Comas, antropóloga social, catedrática de la Universidad
Rovira i Virgili y miembro del CAC, fue una de las remitentes de la
carta. Le he preguntado su opinión sobre cómo debe organizarse el
relato, aspecto donde reside el mayor peligro de deslizamiento hacia
tratamientos equivocados, y administrar la relevancia de los datos de
que se dispone. Admite que “no hay una receta única” sobre qué datos
suministrar de la víctima y del agresor “sino la aplicación del buen
hacer del periodismo y el sentido común, de manera que sean relevantes
para comprender los hechos”. “Y en esto tiene mucho que ver el contexto
de la noticia y la propia forma de redactar la información. ¿Se tenía
que decir o no que la víctima era prostituta, por ejemplo, o drogadicta?
Pues depende: sí, si esto permite entender la naturaleza del asesinato;
no, si no tiene relación, y no parece tenerla en este caso. Se trataba,
además, de meras presunciones, no confirmadas. Si encima se suman a
toda una serie de informaciones negativas sobre la víctima que el lector
recibe en forma de cascada, pueden ser percibidas como elementos
‘justificativos’ o atenuantes del asesinato y, en todo caso, oscurecen
los motivos por los que se produce la violencia machista”.
Para orientar la labor periodística se han publicado varios
decálogos. La Unión de Periodistas Valencianos, ya en 2002, invitaba
—sin faltar a la verdad ni escamotear datos— a no mantener una
equidistancia entre víctima y agresor e insistía en que la defensa de la
dignidad de las víctimas no está reñida con la objetividad informativa
“bien entendida y aplicada”. Las recomendaciones coinciden en que no se
debe establecer implícitamente una causa-efecto entre circunstancias
personales o socioculturales y las agresiones porque estas se dan en
todas las clases sociales y económicas.
Marta Corcoy, profesora de la UAB, considera que, manteniendo el
anonimato de la víctima y del agresor, los datos no deben ocultarse
siempre que puedan ofrecerse equitativamente tanto de este como de la
víctima. “Lo llamativo y preocupante es que habitualmente, en otro tipo
de informaciones sobre acciones delictivas, las fuentes de la
investigación acostumbran a suministrar más detalles sobre el culpable y
silencian más los de sus víctimas. En los casos de violencia machista
sucede lo contrario. Se ofrece más información de la mujer agredida que
del agresor. Una cosa es no ocultar información y otra, respetando la
presunción de no culpabilidad, ignorar la vida y circunstancias del
agresor frente al despliegue de todo tipo de detalles sobre la mujer
asesinada”. Para Corcoy este desequilibrio informativo es producto de
una visión androcéntrica que persiste. Un aspecto que destaca,
discrepando de algunas opiniones, es que informar de la nacionalidad, en
la medida que no se ignore cuando son españoles, ayuda a tumbar el
prejuicio de que la mayoría de los protagonistas o víctimas son
inmigrantes.
Sin necesidad de ocultar datos, aunque ciñéndose a los verificados y
pertinentes, debe tenerse muy presente en este tipo de informaciones que
los hechos han de presentarse como un problema social. Tratarlos como
sucesos repetitivos puede tener un fatal efecto narcotizante. Como
estableció la ONU, la violencia machista vulnera los Derechos Humanos y
es, por encima de cualquier otra consideración, un criminal atentado a
la libertad de la víctima, de la mujer.
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