martes, junio 14, 2011

República vs democracia.



Mucha gente usa como si fueran sinónimos intercambiables, de la misma manera en que, en países católicos, se usa el termino "católico” como sinónimo de “cristiano”, para oponerlo a los que no lo son.

Creo que tener en claro la diferencia entre democracia y república es central para entender un poco mas lo que nos pasa como país y como sociedad.

República (del latín res publica, «la cosa pública, lo público»), en sentido amplio, es un sistema político que se fundamenta en el imperio de la ley (constitución) y la igualdad ante la ley como la forma de frenar los posibles abusos de las personas que tienen mayor poder, del gobierno y de las mayorías, con el objeto de proteger los derechos fundamentales y las libertades civiles de los ciudadanos.

Democracia es una forma de organización de grupos de personas, cuya característica predominante es que la titularidad del poder reside en la totalidad de sus miembros, haciendo que la toma de decisiones responda a la voluntad colectiva de los miembros del grupo. En sentido estricto la democracia es una forma de gobierno, de organización del Estado. El pueblo mediante mecanismos de participación directa o indirecta que le confieren legitimidad a los representantes. Votar a rojo o azul cada 4 años.

Comparto este artículo encontrado en la red que se es es muy interesante y contundente al respecto. Habla de Estados Unidos. Fuente:
http://revista.libertaddigital.com/republicanismo-vs-democracia-404.html

El ideal republicano entiende que el gobierno tiene su razón de ser en el servicio al ciudadano. No a la masa, sino a la persona. Dado que lo que caracteriza al gobierno es su capacidad para utilizar la fuerza y la coacción, su ámbito adecuado de actuación ha de quedar fuertemente constreñido, con el fin de evitar la tiranía y la servidumbre. En este sentido, el gobierno no puede violar nunca los derechos individuales fundamentales (vida, integridad física, propiedad privada), ni tampoco asumir una función que no le esté expresamente atribuida por la Constitución. El gobierno no puede decidir de qué color se deben pintar las casas, en cuántas bolsas hay que separar la basura o qué sustancias psicoactivas es lícito consumir. Éste es el sentido etimológico del término “res pública” o cosa pública: un ámbito limitado para la acción gubernamental.

Los EE.UU. son una república, no una democracia. Esa ha sido su grandeza y, también, la causa del odio que desde siempre les han profesado los totalitarios -los que quieren regularlo todo a través del gobierno. Lo que se trata de preservar son las libertades de los ciudadanos, no el gobierno irrestricto de la mayoría. Es de destacar que la palabra democracia no aparece ni una sola vez en la Declaración de Independencia. Se jura fidelidad a la República, no a la democracia.

La primera enmienda es profundamente antidemocrática, al garantizar la libertad religiosa. No en vano, los Padres Fundadores sabían la tiranía ideológica que la mayoría es capaz de imponer sobre la minoría. Algunos iraníes también tienen una idea. El sufragio es una más de las formas de limitar el poder del estado, pues permite la remoción periódica y pacífica de administradores ineficaces o gobernantes particularmente indeseables. Pero en los EE.UU. existen muchas otras provisiones para defenderse frente al abuso de poder, incluido el derecho a portar armas -el derecho a la legítima defensa es fundamental-, la división de los poderes gubernamentales en ejecutivo, legislativo y judicial para evitar su concentración, el límite al número de mandatos presidenciales o, como hemos visto estos días, el Colegio Electoral, al que cada Estado manda su representación.

El Partido Libertario es el legítimo heredero de esta tradición y una cierta parte del Partido Republicano simpatiza con ella. Desgraciadamente, otra parte de este partido ve al gobierno como un posible aliado a la hora de imponer un modo cristiano de vida.

El republicanismo tiene a su antagonista en la democracia irrestricta, representada en los EE.UU. por el ala socialista del Partido Demócrata, por el Partido Verde. El número de votos basta para justificar el poder sin límite. Se puede expropiar la riqueza, o regular cualquier aspecto de la vida, siempre que las urnas lo respalden. Es la desaparición de facto, de la vida privada. Los ejemplos de Allende o Hitler ilustran bien hasta dónde puede llegar el ideal democrático. El estado ya no sirve al ciudadano, sino que se convierte en una institución a través de la cual se coacciona y se explota. El clientelismo, los grupos de presión y la demagogia campan a sus anchas. Eso sí, todo es muy “democrático” y no “algo trasnochado y fundamentado en papeles escritos hace 200 años.”

Las sentencias dictadas estos días por el Tribunal Supremo de la Florida, cuyo ideario es el democrático, han supuesto auténticos intentos de golpe de estado. El Tribunal Supremo de los EE.UU. se ha visto obligado a sofocar la asonada, aplicando una ley federal, e interpretando muy generosamente el precepto constitucional de igualdad de trato para con los electores por parte de la Administración.

La independencia judicial es la conclusión lógica de la separación de poderes, que como hemos visto es una garantía republicana frente al poder del estado. No es una carta blanca para instaurar la tiranía de los jueces. Se es independiente respecto de los otros órganos del estado, no respecto de la ley. Tener capacidad para interpretarla, no significa poder ignorarla, crearla o tergiversarla. Si la ley dice que son las Juntas Electorales las que deben decidir si llevan a cabo un recuento manual, ¿con qué autoridad puede el T.S. de Florida decidir a este respecto? Si la ley dice que el plazo para remitir los resultados es de siete días, ¿con qué autoridad se fija otro? Y si la discreción de ampliar ese plazo corresponde a la Secretaria de Estado, ¿qué razón existe para despojarla de esa facultad? Eso es pura y simplemente destruir el principio de separación de poderes. Contar todos los votos no significa interpretar partidistamente los votos que las propias Juntas han considerado nulos o en blanco, aunque el ideario democrático nos quiera hacer creer que un voto válido por algún candidato es algo superior moralmente.

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