Nadie se pone de acuerdo en la fecha del descubrimiento. Pero lo más probable es que éste se haya producido gracias a las exploraciones militares ecuatorianas en el oriente del país, aunque fue gracias a Juan Moricz que la existencia de esos misteriosos túneles se dio a conocer a escala internacional, con todo el escándalo que traería más tarde. Corría el año 1969.
Juan Moricz era un flemático húngaro nacionalizado argentino, espeleólogo aficionado y experto en leyendas ancestrales. Su investigación del mundo subterráneo le condujo a Sudamérica y, más tarde, a las selvas del Ecuador a mediados de los años 60, llegando a la zona de los túneles que custodian los indios shuaras en Coangos.
Se afirma que gracias a su conocimiento del antiguo dialecto húngaro, el magiar – similar a la lengua de los nativos shuaras – pudo entablar amistad con los guardianes de estos túneles, que suelen frecuentar debido a la presencia de los Tayos, unas aves nocturnas que son codiciadas en la comunidad indígena por sus huevos.
Juan Moricz (de cabello canoso) con su abogado, Peña Matheus.
Morizc, supuestamente, con ayuda inicial de los indios hizo sus primeras exploraciones entre 1964 y 1969, este último año el decisivo para dar a conocer su inquietante hallazgo.
Leyendo tan sólo el acta notarial de su descubrimiento, fechada el 21 de julio de 1969 en la ciudad costeña de Guayaquil, a cualquiera se le encrespan los cabellos frente a sus detonantes afirmaciones:
"…he descubierto valiosos objetos de gran valor cultural e histórico para la humanidad. Los objetos consisten especialmente en láminas metálicas que contienen probablemente el resumen de la historia de una civilización extinguida, de la cual no tenemos hasta la fecha el menor indicio…"
Esta afirmación extraordinaria ponía en segundo plano la propia existencia de los túneles que, de acuerdo a la opinión de Moricz, eran artificiales: supuestas construcciones de una civilización ignorada que vivía en las entrañas de la Tierra.
Lo que resaltaba en su Acta de descubrimiento no era la naturaleza artificial de esos túneles, sus dinteles, techos pulidos o pasillos cortados como por un láser, sino la presunta Biblioteca Metálica.
¿Qué información contenía exactamente?
¿Era obra de una humanidad intraterrestre?
¿O de una civilización ignorada de superficie que debido a un cataclismo tuvo que refugiarse en el mundo subterráneo?
¿Cómo llegó Moricz a este descubrimiento?
UBICACIÓN Y DESCRIPCIÓN DE LA CUEVA
A una altitud aproximada de 800 metros, en una zona montañosa irregular, en las faldas septentrionales de la Cordillera del Cóndor, se sitúa la entrada “principal”, o más bien, la entrada “conocida” al mundo subterráneo de la Cueva de los Tayos.
El acceso consiste en un túnel vertical, una suerte de chimenea con unos 2 metros de diámetro de boca y 63 de profundidad. El angustioso descenso – no apto para cardíacos – se realiza con un cabo y polea. De allí, un verdadero laberinto se abre al explorador por kilómetros de misterio que se siguen enterrando en las profundidades, una ruta de galerías y pasillos que deben ser recorridos en la más absoluta oscuridad. Las linternas más potentes son nada ante semejantes espacios en donde una catedral entera podría caber.
Como adelantaba líneas atrás, la Cueva es denominada habitualmente “de los Tayos” debido a que su sistema de cavernas es el hábitat de unas aves nocturnas llamadas Tayos (Steatornis Caripensis), que constituyen la misma especie que se ha hallado en otras cavernas de Sudamérica, como por ejemplo, los “guacharos” en Caripe, Venezuela.
El estudio inicial de esta conexión intraterrestre entre especies de aves nocturnas lo abordó detalladamente el sabio alemán Alejandro de Humboldt, en su obra: “Viaje a las Regiones Equinocciales del Nuevo Continente” (1800). Es sumamente sospechoso que una misma especie de aves ciegas esté diseminada en diversas cavernas de Sudamérica.
¿Será que todos aquellos laberintos intraterrestres no son cavernas aisladas y guardan una conexión?
En las inmediaciones de la Cueva de los Tayos del Ecuador viven los Shuaras, quienes en el pasado fueron conocidos con el nombre “Jíbaro” – denominación despectiva para ellos – famosos en el pasado por su bravura y el arte de reducir cabezas. Ellos son los primeros exploradores del sistema subterráneo, ya que cada mes de abril bajaban a la cueva para hurtar los huevos e incluso los polluelos de los Tayos, que son más grandes que una paloma.
Y en medio de esta faena, los indios cuentan que se toparon con una serie de sorpresas. La más resaltante, fue sin duda, el hallazgo de gigantescas huellas sobre bloques de piedra que, por sus ángulos rectos y simetría, sugieren un origen artificial. Moricz recogió estos relatos en su visita al oriente ecuatoriano, pudiendo comunicarse sin mayor dificultad con los nativos gracias a su dominio del magiar.
Obviamente, Moricz sabía muy bien a qué blanco apuntar. Desde 1950 seguía pacientemente la “pista” que lo podría llevar al reino subterráneo.
Algunas fuentes, incluso, lo vinculan con una extraña orden esotérica húngaro-germana, hecho que podría explicar el profundo conocimiento esotérico que esgrimía en sus controvertidas entrevistas a los medios de prensa. Sea como fuere, Moricz estuvo en Perú, Bolivia y Argentina buscando estas entradas antes de llegar al Ecuador. En más de una entrevista subrayó lugares como Cusco, el Lago Titicaca y Tierra del Fuego, como los posibles lugares desde donde “se puede descender al reino subterráneo”.
Según él, la Cueva de los Tayos es sólo una de las tantas entradas a este mundo perdido, y lo más apabullante: que aun así, estaríamos hablando de un simple “arañazo” al mundo real de estos seres intraterrestres, que yacen a profundidades difíciles de alcanzar por el ser humano.
Pero la cosa no queda allí. Quizá una de las aseveraciones más inquietantes es la existencia de esa presunta biblioteca metálica que menciona en su Acta de descubrimiento. De existir, y siempre bajo el testimonio de Moricz, allí encontraríamos registrada la historia de la humanidad en los últimos 250.000 años, una cifra que moviliza a cualquiera.
Un punto a tener en cuenta en relación a estas planchas, nos lleva en línea recta a los extraños objetos que en su momento custodió el padre salesiano Carlo Crespi, en el patio de la Iglesia María Auxiliadora de Cuenca. Los objetos habían sido encontrados por nativos quienes, en acto de amabilidad y gratitud, se los cedieron al padre Crespi para su custodia.
Muchos de estos preciados objetos – por no decir todos – posteriormente fueron robados.
Si el padre Crespi aun estuviese con vida, quizá podríamos rastrear el origen exacto de tan enigmáticas piezas que parecían ser muy antiguas, mostrando indiscutibles ideogramas en relieve, una suerte de “código de información” o “escritura”.
Teniendo en cuenta que estos objetos – muchos de ellos consistían en planchas metálicas, como si fuesen de oro y mostrando complejos símbolos – se hallaron en el Ecuador, no era descabellado darle al menos el beneficio de la duda a la biblioteca metálica descubierta por Moricz en la Cueva de los Tayos.
Todo esto no tardaría en atraer la atención de los cazadores de lo misterioso.
ERICK VON DÄNIKEN Y NEIL ARMSTRONG
Y la cosa se puso color de hormiga. Primero apareció en escena el famoso escritor suizo Erick Von Däniken, quien supo cautivar a Moricz para que le diese material fotográfico y la versión oculta de su hallazgo, hecho que fue espectacularmente explotado en el libro “El Oro de los Dioses” (1974), donde Däniken no sólo se limitó a fantasear con la versión original de la historia, sino que, por si fuera poco, sostuvo haber ingresado él mismo a la Cueva de los Tayos – en sus sueños – y haber visto con sus propios ojos la biblioteca metálica.
El libro fue un bestseller mundial, vendiendo 5 millones de copias y traducido a 25 idiomas. Ni un peso para Moricz.
El libro cautivó de manera particular al lector europeo – Däniken incluyó fotografías del Archivo Moricz-Peña Matheus que mostraban el interior de las cuevas, e imágenes de la planchas metálicas del Padre Crespi – y fue así como el ingeniero escocés Stanley Hall contacta con Moricz para proponerle una expedición internacional a la Cueva de los Tayos.
Moricz aceptó siempre y cuando él fuese el Jefe de la Expedición y que ningún objeto hallado en el mundo subterráneo podría ser retirado.
Como era de esperarse, Hall no aceptó la propuesta. Inmediatamente desechó la presencia de Moricz en la Expedición y se comunicó con el Gobierno de Inglaterra. Resultado: En julio de 1976 se llevaría a cabo una expedición Ecuatoriano-Británica, con un intimidante personal militar y científico y, para añadir la cereza a la torta, la presencia del astronauta norteamericano Neil Armstrong (¿?).
Desde luego, esta no sería la primera incursión del astronauta en un lugar donde “las papas queman”. Recordemos tan sólo sus presuntas visitas a Paysandú, Uruguay, debido a la intensa actividad OVNI en la Estancia de la Aurora – popularizada por el escritor brasilero Trigueirinho.
El mismísimo dueño de la Estancia donde ocurrieron los hechos, Angel Tonna – con quien tuve la oportunidad de compartir en su casa de Paysandú en 1999 – recordaba las visitas de Armstrong quien, además, le confió en su propia estancia de Uruguay que la misión Apolo XI de 1969, enfrentó un supuesto encuentro cercano del tercer tipo en la Luna.
Recientemente, debo añadir, este tema saltó en los medios de comunicación de Uruguay, ya que dos investigadores consultaron a EE.UU. si realmente Armstrong había visitado el país después de haber estado en la Luna. La respuesta fue negativa. Y por consiguiente no hay nada que avale el testimonio de Tonna, quien falleció hace pocos años en su Estancia de Paysandú. Una pena, pues de estar vivo hubiese sido interesante constatar de qué pruebas disponía para sostener su afirmación.
Sea como sea, de la visita de Armstrong en Ecuador no se puede dudar, pues hay documentos, fotografías, y hasta una declaración a medios de prensa, aunque siempre bajo la fachada de “expedición científica”.
Las investigaciones de esta controvertida expedición se desarrollaron por 35 días, instalando un generador de electricidad en el campamento base, a escasos metros de la boca misma de la Cueva, descendiendo a diario a las profundidades para desarrollar sus “investigaciones geológicas y biológicas”. Según el informe final, la comisión de estudiosos concluyó que la Cueva de los Tayos no tenía origen artificial, y que no existían indicios de trabajo humano. Todo lo había hecho la naturaleza…
Aparentemente, la misión era enterrar el misterio de la Cueva.
No obstante, para varios investigadores la conclusión del Informe resultó desconcertante teniendo en cuenta los claros dinteles y bloques de piedra que se pueden encontrar en el sistema intraterreno, muy similares a los que halló, paradójicamente, el mismísimo equipo de arqueólogos de la expedición a mitad de camino entre el campamento base y la unión del río Coangos con el Santiago, antes de descender a la Cueva.
Los arqueólogos hallaron un muro megalítico de aproximadamente 4,50 metros de largo por 2,5 metros de alto, tal como los que se pueden ver en la galerías subterráneas.
¿Y qué se dice ante esto?
A fin de cuentas, el Informe de la Expedición echó por tierra el verdadero secreto que yace en la Cueva de los Tayos, mientras a mitad de todo el jaleo, se llevaban cuatro cajas selladas de madera que no permitieron abrir a los shuaras, quienes se sintieron engañados y estafados. Hoy en día recuerdan claramente aquel triste episodio.
Los nativos piensan que se llevaron “algo” de las cuevas…
Y para añadir la cuota curiosa al asunto, cuando Neil Amstrong salió del sistema de túneles -donde permaneció tres días- declaró a los medios de prensa que su visita al mundo subterráneo había superado su vivencia en la Luna (!).
¿QUE SE BUSCABA?
Aunque el tufillo del robo británico es inundante, dudamos que se hayan llevado las presuntas planchas metálicas. Los guardianes de ese mundo intraterreno no hubiesen permitido que ninguna expedición, por más apertrechada que fuese – la Expedición Británica costó dos millones de dólares, el doble de inversión frente a la investigación internacional que se realizó en el 2002/2003 en las selvas de Manú para hallar Paititi – ponga los dedos sucios encima de lo sagrado.
A estos recodos del camino, y a la luz de nuestra experiencia de contacto, la biblioteca metálica hallada por Moricz en el mundo intraterrestre guarda importantes patrones en común con lo que nosotros veníamos conociendo.
En 1976, en la primera página de la revista norteamericana Ancient Skies, apareció un revelador artículo del filólogo hindú Dileep Kumar, quien analizando los símbolos que se muestran en una de las piezas del padre Crespi – una lámina aparentemente de oro, de unos 52 cms. de alto, 14 cms. de ancho y 4 cms. de grosor – concluyó que los ideogramas pertenecían a la clase de escritura Brahmi, utilizada en el período Asokan de la historia de la India, hace unos 2.300 años…
Cuatro años más tarde, el doctor Barry Fell – Profesor de Biología de la Universidad de Harvard – identificaba 12 signos de la lámina en cuestión con los propios signos empleados en el Zodíaco. También debemos mencionar que en nuestros grupos de contacto es bien conocido que muchos de estos ideogramas son similares a los signos empleados para leer y cantar música gregoriana.
Ello nos llevó a pensar en aquel entonces que estos registros no habían sido hechos para ser leídos, sino para ser “cantados”, quizá con el mismo efecto de un mantram de poder.
Otro detalle extraño en relación a la Cueva de los Tayos fue su millonaria financiación. ¿Quién puso la pasta?
De acuerdo al espeleólogo argentino Julio Goyen Aguado – presente en las primeras expediciones a la Cueva de los Tayos, incluyendo la incursión ecuatoriano-británica – la expedición de 1976 fue financiada por la Iglesia Mormona, ya que las planchas metálicas que citaba Moricz recordaban las propias planchas de oro que recibiera el profeta Joseph Smith de manos del ángel Moroni.
Teniendo en cuenta que leyendas mormonas apuntan a que los citados registros estarían ocultos actualmente en algún lugar de la cordillera de los Andes, es curioso notar que la zona donde se ubica la Cueva de los Tayos se denomina “Morona”, similar al nombre del “enviado” que contactara a Smith.
Sea como sea, Aguayo – ya fallecido – sospechaba que Stanley Hall pertenecía a los Servicios Secretos del Reino Unido, además de formar parte de la masonería inglesa, sumamente interesada en encontrar la biblioteca metálica. Neil Armstrong, y recordemos bien esto, también era masón.
El tema de la biblioteca metálica ha atraído a muchos buscadores, despistando a quienes se embarcaban en esta odisea del verdadero secreto del mundo subterráneo.
Fuente: Legado cósmico.
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